Su madre está especialmente preocupada: «Yo entiendo que la herencia genética que le hemos dejado mi marido y yo es como para decir que la vida es una mierda y todo eso que dice últimamente. Y admito que con lo de la ropa que lleva ahora ahorramos muchísimo, porque se limita a ponerse mallas mías antiguas con estampado de leopardo y cosas así y, si hay rasgaduras, les pone un imperdible. Lo malo es que sólo bebe calimocho y lo hace todo a cabezazos. El otro día rompió la tele de plasma porque quería cambiar de canal. Y las chicas que trae a casa… madre mía, antes ninguna le hacía caso pero es que ahora parecen sacadas de El Señor de los Anillos».
La estrategia de Rubén es de sobra conocida por psicólogos y pedagogos, que comprueban cómo cientos de jóvenes que llegan a sus consultas cargados de odio y resentimiento por la manera en que la gente se ríe de su aspecto deciden hacerse de alguna tribu urbana «de aspecto desaliñado» para intentar lidiar con la situación. Javier Recuento, un psicólogo barcelonés, recuerda el caso de una chica que se hizo jebi sólo porque tenía bigote y le sobraban veinte kilos, y también el de unos padres que, hartos de que la gente mirara con desprecio a su bebé feo, le llenaron la cara de piercings y tatuajes con la inscripción «Amor de madre reciente».
