El hijo menor del matrimonio -de siete años, antes un niño alegre y despierto- empieza a tener problemas de socialización y su rendimiento escolar ha decaído considerablemente. «Hace dos semanas le descubrimos unos dibujos bastante siniestros debajo de la cama», explica la madre del pequeño. «Salía él muy triste en un rincón y una mancha enorme ocupaba toda la casa. Y lo cierto es que cuando entra en la cocina se queda todo el rato mirando al suelo y después de comer llora en silencio en su silla». Cuando eso ocurre, los demás se quedan callados y el padre de familia se hace un café, saltándose el postre como si no hubiera ocurrido nada. A veces dice, hipócritamente, «luego me haré un batido de plátano para merendar». Pero eso nunca sucede.
«Todos sabíamos que esto pasaría tarde o temprano, pero fuimos a lo fácil y nos comimos los que estaban más amarillos esperando que hiciera otro el trabajo sucio», sentencia la madre.