Hace dos semanas, Germán Gallardo, de treinta y cinco años, se acordó de una cosa «que tiene en alta estima». Durante días estuvo inmerso en una intensa búsqueda por cajones, armarios y rincones insospechados de su habitación, encontrando «cosas que no esperaba» pero no lo que estaba buscando. Aunque el asunto se convirtió «en algo personal», todo fue en vano. Ayer, sin embargo, justo cuando ya lo había dado todo por perdido, la encontró de improviso mientras hacía otra cosa. «Esto es como lo de quienes pierden la fe y luego encuentran a Jesús en una tostada mientras están desayunando y vuelven a creer», explica.
Germán no sólo no comparte la opinión de su madre sino que tiene «serias dudas» de que no sea ella la que le mueve las cosas de sitio y por eso luego no encuentre nada, sin embargo no puede probarlo y prefiere no lanzar acusaciones en falso.
«Ahora lo que voy a hacer es dejar de buscar novia, a ver qué pasa. Seguro que ahora la encuentro enseguida, en la cola del súper o al bajar a tirar la basura, porque quizá ahora estoy tan obsesionado con encontrar una buena mujer que me ciego y no veo lo que tengo delante. Seguramente, cuando baje la guardia, todas se sientan atraídas por mi indiferencia».
Su madre, no sin sorna, dice que la teoría de Germán no debe de funcionar tan bien dado que en sus treintaitantos años aún no ha buscado trabajo nunca y, sin embargo, tampoco lo ha encontrado.