«La verdad es que estaba bueno. El perro podrido tiene ese sabor amargo tan típico y desagradable. Pero no era el caso, y fue peor porque nos lo terminamos todo» explica José Borrella, que se encuentra hospitalizado en la Clínica Ruber con claros síntomas de intoxicación alimentaria. Por suerte, el menú chino infantil no incluía carne de perro, cosa que evitó que las seis criaturas que acudieron ayer al restaurante con sus familias se sintieran también indispuestas.
Yáñez insiste en que «este hecho puntual no debería crear la alarma entre los consumidores. Hay mucha gente que es alérgica a los perros, no hay que descartar que el problema sea este y no la calidad de la carne».