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«Ser minimalista es cagar de pie, sin artificios»

ENTREVISTA A MAX BEN, AUTOR DE "TODO LO QUE NOS SOBRA"

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Max Ben.
Algunos críticos dicen que es el máximo representante del “horror pleni”: el miedo a la aglomeración, a lo sobrante. Su nombre, Max Ben, es toda una declaración de amor a la simplicidad. “En realidad me llamo Maximiliano Benvenutti, pero eso es para morirse”, confiesa. Después de publicar hace dos años un exitoso libro sobre el origen del minimalismo, este milanés historiador del arte regresa a las librerías con “Todo lo que nos sobra” (Anagrama), una lúcida reflexión en torno a la sobreabundancia de la que ha trascendido sobre todo la provocadora afirmación de que la ropa interior es inútil y prescindible.

Xavi Puig. Se lo habrán preguntado mil veces. ¿No lleva usted ropa interior?

Max Ben. Pues fíjese que nunca nadie se había atrevido a preguntarlo en una entrevista. Será que mi aspecto impone demasiado respeto. Así que agradezco su atrevimiento, porque no me importa en absoluto admitir que no llevo calzoncillos. Tampoco llevo un saco de patatas siempre encima. Ambas cosas me parecerían absurdas.

XP. ¿Ni siquiera la higiene es un motivo de peso?

MB. Hay gente que escupe por la calle, que mete los pies encima del asiento de delante en el autobús, gente que come con las manos… y resulta que son educados porque llevan bragas. Todo esto es de una hipocresía y de una estupidez abrumadora. La gente lleva calzoncillos para no tener que lavar sus pantalones a diario. Es decir, llevan ropa interior para poder ser guarros. Y el sector textil, encantado de cubrir una necesidad innecesaria.

La gente lleva calzoncillos para no lavar sus pantalones a diario. Es decir, llevan ropa interior para poder ser guarros.

XP. Se habla mucho de la capacidad que tiene el capitalismo para crear necesidades de la nada. Pero pocos explican por qué eso es malo.

MB. Es bueno o malo dependiendo del mundo en el que quiera vivir. Si le gusta vivir rodeado de mierda, propongo que usted y los suyos se monten un vertedero aparte, con las hienas y los buitres. Los que amamos la civilización seguimos la vía iniciada en la Grecia clásica, amante del orden y la proporción, y también el camino de la ciencia, que dice que la mejor teoría es la más simple. Fíjese hasta dónde llega la perversión que hoy en día creemos que el minimalismo es Ikea, donde venden piedras de río para decorar. ¡Piedras de río en bolsas! El verdadero minimalismo es cagar de pie, sin artificios, y perdone mi rudeza.

XP. Habla con cierto resentimiento, por lo que intuyo que creció en un entorno más bien barroco.

MB. Da usted en el clavo. Mi madre reniega de los televisores de pantalla plana porque encima no hay espacio para erigir su montaña de horteradas de porcelana que acumulan polvo y horror a partes iguales. Todo lo barroco es sucio. Física y conceptualmente.

XP. ¿Qué otros ejemplos de “superfluencias”, tal como usted las llama, cabría destacar?

MB. La pasta de dientes. Es absurda. El cepillo y el agua hacen todo el trabajo, la pasta está para que el sabor a menta nos dé sensación de frescura. Pero uno no se lava los dientes para sentir nada, sino para que estén limpios. La moqueta, obviamente, es para idiotas pretenciosos, y las tazas del váter con funda aterciopelada son para idiotas pretenciosos que, además, gustan de macerarse en orina. Y huyendo de temas desagradables, podríamos hablar de las licuadoras, los ambientadores para neveras, los abrillantadores para la vajilla –confundir lo limpio con lo que brilla es de una debilidad mental exagerada-, toda la imaginería que rodea a las mascotas, los dietistas (si es usted gordo, coma menos) y lo más paradigmático de todo: la tercera luz del freno.

Todo lo que llevamos de más en el vestir es proporcional a lo que nos falta dentro del cráneo.

XP. Es cierto que habla mucho de la tercera luz del freno en su libro.

MB. No es para menos. Teníamos, no una, sino dos luces del freno en los coches. Y un listo, alegando cuestiones de seguridad (no olvide que el miedo y la paranoia son excelentes aliados de la superfluencia), se inventó una tercera lucecita absurda. ¡Y nos convenció! Lo próximo será el doble semáforo de seguridad o el tercer zapato de recambio.

XP. La moda es también uno de sus blancos predilectos.

MB. El sector de los accesorios en concreto. Porque la moda como concepto no me parece mal: no confundamos la simplicidad con la monotonía y el estatismo. Pero el pin, la flor en la solapa, el bordadito… sinceramente le digo que todo lo que llevamos de más en el vestir es proporcional a lo que nos falta dentro del cráneo.

XP. Vincula la simpleza a la limpieza, pero usted mismo, en su libro sobre el origen del minimalismo, retrata a Donald Petipoint como un apático y un cerdo.

MB. Es lo que era, y tiene razón en que es contradictorio. Pero a veces el descubridor de algo no responde en su vida personal al verdadero espíritu de lo que ha descubierto. Son esas incongruencias entre vida y obra que tanto apasionan a los especialistas. Petipoint no se movía nunca del sofá, no quería aportar nada a la sociedad. Lo que aportaba era la nada, porque la nada era él mismo.

Yo no uso pasta de dientes, pero ustedes tienen un coche con tres luces del freno. ¿Quién es el idiota aquí?

XP. Recuérdenos el origen de la primera obra minimalista, que usted certificó por primera vez.

MB. Petipoint bebía siempre Coca-Cola con una paja muy larga que le ahorraba tener que agacharse a por el vaso. Siempre la ley del mínimo esfuerzo. Su madre le colocaba una servilleta debajo de la botella para que no ensuciara la mesa. Entonces él se fijó en el círculo que dejaba grabado el culo de la botella en la servilleta y detectó en aquello un valor artístico. También lo detectaron los entendidos y así se legitimó el minimalismo como postura estética. Pero fíjese que Petipoint rompió su propia apatía añadiendo a esas manchas circulares un valor intrínseco. Cualquier otro no se hubiera molestado.

XP. Vive el minimalismo desde la militancia.

MB. Cuando uno dice lo que piensa, en el fondo quiere convencer de que lo que piensa es lo que deberían pensar los demás. Por lo tanto, expresarse es siempre militar de un modo u otro. Lo fundamental es argumentar lo que se dice, y cada día la vida me ofrece argumentos para simplificar las cosas.

XP. ¿Simplificando puede uno llegar a la excentricidad?

MB. Ser excéntrico es escapar de la normalidad. Y lo normal es lo más concurrido. Si uno escapa de lo concurrido, lo lógico es que acabe siendo un anormal. Pero yo prefiero la anormalidad a la absurdidad. Yo no uso pasta de dientes, pero ustedes tienen un coche con tres luces del freno. ¿Quién es el idiota aquí?

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