«Te has dado cuenta, ¿verdad?», preguntó Almodóvar al fotógrafo que le pidió que se incorporara un poco y levantara la vista. El interpelado aseguró que no sabía de qué le estaba hablando, pero el director inició un monólogo delirante sobre «la carnosidad de mi barbilla, que es entre flotador y papagayo, pero también es receptáculo de la sabiduría que proporciona el tiempo». La actriz Penélope Cruz, recién llegada de los Estados Unidos, evidenció su asombro: «no sé si es el jet lag, pero no puedo creer que hayas sacado este tema, Pedro». Inmune a las risotadas del público, el cineasta prosiguió con la descripción poética de su papada, «que afeitada es blando y árido terreno, y descuidada se convierte en selva áspera, canosa, inhóspito abrigo de las sombras». Inútiles fueron los intentos por parte de Cruz y de los propios periodistas asistentes de sacar a relucir las anécdotas de rodaje de «Los abrazos rotos». Almodóvar no aceptó interrupciones y culminó su apología de la papada levantándose de la silla, pellizcándose el pliegue de la barbilla y exclamando: «quien no tiene esto, es huérfano de vida».
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