Acostumbrado a ir por la calle imponiendo respeto con su uniforme y su pistola, habituado a tratar a la gente con cierta prepotencia por los galones que le otorga ser un agente de la autoridad, esta mañana Felipe Grueso, un policía local natural de Madrid, ha tenido que rebajar su chulería al tener que ponerse a dirigir el tráfico.
El agente se ha tenido que colocar en medio de la carretera a las ocho y media de la mañana, cuando ha empezado a hacer ridículos gestos para dirigir el tráfico como si fuera un mero semáforo. En esta ocasión, ni se atrevía a mirar a la cara a los ciudadanos a los que normalmente trata con superioridad. Armado con un silbato en lugar de la pistola, el agente ha perdido toda la autoridad que llevaba años cosechando yendo de chulo por la calle.
Rodeado de coches y de conductores enfadados, el policía ha echado de menos los tiempos tranquilos en el departamento de Homicidios. Ver cómo varios niños se reían de sus gestos a través de la ventana le ha dolido más que el disparo que recibió en 2007. Aunque ha intentado mantener la compostura, Grueso ha entendido que, con esos gestos ridículos y haciendo el trabajo de una señal de tráfico, no podía ir por la vida desplegando su soberbia.
Tras dos horas soplando el silbato y agitando las manos, según él, de manera poco masculina, el agente ha decidido que, en cuanto vuelva a patrullar, le dará una paliza al primer sospechoso que se encuentre para recuperar así su hombría perdida.