Ignorando que en 2040 el nombre «Zapatos Loli» será sinónimo de precariedad, explotación y aniquilación de recursos naturales, Marisa Trontón, de 34 años, ha gastado 40 euros esta mañana en Loli, la propietaria de una tiendecita de zapatos de su barrio, porque considera que hay que apoyar el comercio de proximidad.
«Lo que no puede ser es que gastemos dinero en multinacionales que fomentan la desigualdad cuando podemos ayudar a emprendedores que son vecinos nuestros», explica la mujer sin ser consciente de que en solo cinco años Loli, de Zapatos Loli, tendrá trabajando a 1000 personas en condiciones deplorables en una fábrica taiwanesa y que en 10 años su franquicia de tiendas habrá obligado a cerrar a miles de pequeños comercios, condenándolos a la ruina.
«Cuando compras local, estás ayudando a vecinos», explica la mujer sin saber que Loli, una vez se convierta en la propietaria de la multinacional más grande la historia, se irá a vivir a una isla privada para no tener vecinos ni cruzarse por la calle con gente «normal».
«Se trata de buscar alternativas sostenibles a los gigantes», dice la mujer de la empresa que en dos décadas arrasará los recursos naturales y el tejido comercial de continentes enteros con una falta de empatía que estremecería al propio Jeff Bezos.
Al cierre de la edición, Loli, de Zapatos Loli, ha colgado en el escaparate de su tienda un cartel en el que pone «apoya el pequeño comercio», exactamente el mismo cartel que de aquí a 20 años las últimas tiendas del planeta colgarán para tratar de hacer frente a la voracidad empresarial de Loli.
