Diciendo que es una habilidad que, simplemente, ha olvidado, Jaime Griñán, un auxiliar administrativo de Madrid de 42 años, cree que tras varias semanas sin salir de casa necesitará aprender de nuevo a aguantarse los pedos. “En cuanto tenga que convivir de nuevo con mis compañeros de trabajo en un mismo espacio tendré que aprender de cero un montón de cosas, entre ellas a aguantarme los pedos, que es algo que ahora no hago”, admite Griñán a los periodistas.
“Los primeros días aún era consciente de que, cuando venía una flatulencia, tomaba la decisión de dejarla ir. Hacía esa reflexión. Pero desde hace unas semanas ni siquiera sé cuándo estoy tirándome un pedo. Lo oigo y lo huelo, pero es una función de mi cuerpo que ahora va por libre”, explica este oficinista, que teme el día en el que tenga que volver a controlar esta actividad fisiológica. “¿Cómo se hace? No lo sé, es un poco presuntuoso creer que algo así puede dominarse. La naturaleza ha recuperado lo que es suyo, al menos en mi esfínter”, dice.
Griñán insiste en que la información que le hace saber que se está produciendo una flatulencia ya no llega a su cerebro y es “algo que ocurre y ya está”. Confía en que, cuando acabe el confinamiento, todo el mundo esté obligado a llevar mascarilla y eso le permita ganar algo de tiempo hasta que su cuerpo pueda acostumbrarse a vivir sujeto a ciertas normas.
