Desde que le regalaron una cámara réflex digital el día de Navidad, papá se ha volcado de lleno en el mundo de la fotografía artística y pasa las horas fotografiando sombras y cosas muy de cerca a las que insiste en llamar «microvivencias».
Cansado de su trabajo de contable en la multinacional Jenkins&Co., ha descubierto de repente su faceta de creador pese a que el material fotográfico que había generado hasta la fecha consiste en instantáneas de la familia mal encuadradas, borrosas y con su dedo tapando la mitad de la escena. «No tiene ni puta idea de fotografía», confirma un portavoz de la Asociación de Fotógrafos Profesionales de España.
«No se trata solo de ver sino también de capturar. La mirada no se puede reducir a un barrido neutro de lo que percibimos. Es una captura intencionada, una caza de la vida tejida en los objetos, en la estructura esencial de lo que construye nuestro entorno», afirma mientras se agacha frente a la nevera para retratar la goma de plástico del congelador, en la que hay atrapadas unas migas de pan.
Dice que captura instantes de vida
«Mi mujer dice que esto es roña. Yo aquí veo un pequeño desierto natural amenazado por la tecnología», dice. «El déficit de cultura visual es una verdadera lacra en esta familia», sentencia papá, que sería incapaz de decir de qué color lleva teñido el pelo su propia esposa.
«Ahora el señorito va de artista, lo que significa que sigue siendo el gañán de siempre aunque ya no se limita a dejar la tapa del váter abierta: le hace una foto y se inventa que es la metáfora de no sé qué», se queja mamá. «Me dice que no haga la cama porque quiere fotografiar el océano de sábanas. Yo le digo que es tonto y que ojalá se ahogue en su océano de tonterías», añade.
A última hora de la mañana, papá ha adquirido por Internet varios objetivos para la nueva cámara que le han costado el sueldo de tres meses. Su intención es «atrapar el momento en el que la materia deviene polvo».
