José Martínez Marisco, auxiliar del departamento de ventas de la empresa Jenkins & Co., ha vuelto a fallecer en el octavo simulacro de incendio que ha tenido lugar esta mañana en las oficinas de la compañía, en Barcelona.
«Es lento como su puta madre», se queja uno de sus compañeros, que ha podido ver cómo Martínez Marisco aprovechaba el caos para morder una palmera de chocolate que uno de sus colegas había abandonado encima de su escritorio. «Si hubiera estado en el Titanic, habría seguido comiendo hasta el último minuto», añade el testimonio. «A este hijo de puta le toca reanimarme en un momento dado y seguro que empieza con el boca a boca y se me acaba comiendo», apunta otro de los empleados.
En varias ocasiones, los bomberos tuvieron que empujar a este oficinista para que no bloqueara el paso a los demás. «Se quedó medio traspuesto cuando todo el equipo tuvo que avanzar arrastrándose en uno de los pasillos. Le llamamos la atención y dijo que se había quedado inconsciente por el humo», dice uno de los agentes.
La directiva de la empresa se está planteando abrirle un expediente disciplinario a Martínez Marisco. «Que se te muera un empleado es comprensible, nos podría pasar a todos. Pero ocho fallecimientos en menos de tres años indican dejadez y falta de motivación», sentencia Roberto Luria, jefe del departamento, que precisa que «según los bomberos, ha muerto tres veces en el mismo simulacro y todas las veces le ha dado igual».
Forzado a bajar a la calle por las escaleras, Martínez Marisco se encontraba aún en la segunda planta cuando el simulacro había terminado, por lo que tuvo que dar media vuelta ya que todos los trabajadores se estaban incorporando de nuevo a sus puestos.
En estos momentos, el empleado se encuentra frente al ordenador devorando varios pastelitos de chocolate, ajeno a las miradas de reproche de los demás. «Dice que está sufriendo estrés postraumático y que por eso come. Y si te ríes te mira muy serio y te pregunta cómo te sentirías tú después de haber muerto ocho veces», se queja uno de los trabajadores.
El simulacro de incendio ha terminado, como siempre, con un aplauso dedicado a Roberto, el becario de la oficina, que logró salvar al jefe de las llamas bajándolo en brazos a la calle mientras éste le dictaba un correo electrónico.