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Un niño sigue atascado con los deberes de verano

se le van a juntar con los de navidad

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El cuaderno Santillana de Julio tiene ya muchas de sus páginas descosidas o tan manchadas de comida que apenas son reconocibles. La madre no entiende a qué se deben los problemas del niño para terminar sus deberes pues, aunque no le gusta estudiar y siempre ha puesto excusas para faltar a clase, no saca malas notas y, de hecho, hasta mediados de verano era capaz de hacer las dos páginas al día que se había propuesto. «Recuerdo que un día, a principios de agosto, le dije que si no terminaba el cuadernillo no podría volver al cole y a partir de ahí todo se torció. Creo que fue porque ese día fuimos a la piscina y el exceso de cloro debió volverlo retrasado. Queremos demandar al socorrista, que es el que se encarga de regular el agua», explica la madre entre lágrimas.

«¿Qué clase de vida es esta para un niño? A veces se esfuerza tanto en hacer sus tareas que se desmaya sobre los cuadernillos y se queda dormido durante horas. Lo ves delante del cuaderno, concentrado, pero no es capaz de escribir nada», explica el padre. «Todos los que conocen bien a Julio siempre dicen ‘qué niño más espabilado’, pero uno nunca sabe cuándo va a volverse gilipollas. En fin, seguimos queriéndole aunque ahora sea tonto. Yo le digo a mi esposa que lo mande al colegio, que no pasa nada si lleva el cuaderno sin hacer, pero a ella le preocupa el qué dirán. Lo malo es que los deberes se le irán acumulando y no creo que podamos escolarizarlo hasta los sesenta años a este ritmo. Y cuando se lo digo a Julio, el pobre sonríe como un bobo, creo que ni siquiera entiende lo que le digo».

Las maestras de Julio insisten en que los cuadernillos de vacaciones no son más que un placebo que luego ni siquiera se molestan en corregir, por lo que Julio podría rellenar los ejercicios con palabras soeces y volver al colegio de una vez. La madre, sin embargo, considera que eso sería optar por lo fácil y en su familia pueden ser «de todo menos comodones y gandules».

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