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«Arafat on ice»

ESPECTÁCULOS

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Todo el que me conoce sabe cómo disfruto haciendo escapadas de un día a Londres, Roma, París o Beirut para ir de tiendas y captar el ambiente cultural de estas extraordinarias ciudades. Este fin de semana aproveché un ofertón de British Airways y me planté en Beirut. Hice unas compras en Harrod’s y en Leroy Merlin y, paseando por el West End de la ciudad, me llamó la atención un espectáculo que se acababa de estrenar en el Yussuf Memorial Palace: «Arafat on ice».

Sin pensármelo dos veces adquirí dos butacas de platea (una para mí y otra para el abrigo y las bolsas) y me preparé para disfrutar del espectáculo. No hace falta ni mencionar la estupefacción que me produjo la celeridad con que se había preparado este montaje sobre el Rais palestino, ni la sospecha de que, en definitiva, escondía una hábil maniobra comercial para aprovechar el tirón de un personaje aún muy presente en la memoria de los ciudadanos.

Y no me equivocaba.

La partitura la firma el irregular Christophe Abderraman III, de quien recuerdo la sobreactuada «The phantom of the Golan Highs» o, la por momentos panfletaria, «Join Hezbollah!». El libreto corre a cargo del por mí desconocido Jacob Cohen (leo en el programa de mano: «Former liutenant of the Israel army»).

Como cualquier espectáculo de formato «on ice» el montaje resulta de entrada frío. Los personajes están construídos a base de giros absurdos y golpes de efecto y continuamente se rompe la cuarta pared. Pero vayamos por partes.

El espectáculo empieza con un solo de Arafat. Es un solo vibrante, austero y efectista. A destacar el espectacular parecido del protagonista con Arafat real, efecto, dicha sea la verdad, conseguido con una careta de cartón.

Todo el primer acto, que narra los años de juventud insurgente del líder de la Autoridad Palestina, está trufado de escenas de masas, coreografías excesivas y abuso de cañones de luz. Muy remarcable, empero, la escena de los camellos.

Los autores optan por el clásico argumento folletinesco, buscando la lágrima fácil y oscilando entre el melodrama más desatado y el slapstick más ordinario. Hay un exceso de carrerillas y persecuciones superfluas.

El entreacto o «intermezzo» es quizás el momento más emotivo de la obra, con un Arafat traicionado por los suyos y que, desengañado, abandona la lucha armada. Todo el drama interno, las contradicciones humanas y morales se simbolizan con unos emocionantes molinillos y combinaciones de saltos mortales y «skating backwards». Lástima que todo el «intermezzo» sea descaradamente plagiado de «Cavalleria Rusticana», de Mascagni.

El segundo acto decae considerablemente. Pese al esfuerzo en el aspecto luminotécnico, con despliegue megalómano de efectos estroboscópicos en las escenas de intifada, la trama peca de repetitiva y los duetos transmiten un dejà vu constante.

Nuevamente los momentos que arrancan las ovaciones más sinceras son los solos de Arafat, con unas diagonales a gran velocidad sobre una sola pierna que simbolizan, quizá demasiado explícitamente, el difícil equilibrio entre los intereses del pueblo palestino y la política exterior israelí.

Sobre el tercer y último acto no tengo una opinión clara, puesto que tuve que ir al lavabo y los controles de seguridad me hicieron perder 65 minutos del inicio. Aún así la sensación que queda es de decepción. Puesto que la última parte del espectáculo narra justamente la última parte de la vida de Arafat, era obvio que los autores tenían entre manos una materia prima de padre y muy señor mío. Pero nuevamente pecan de lo mismo: dan por sabidas demasiadas cosas. Como si todo el mundo conociera de pe a pa los acuerdos de Camp David o las precarias condiciones del confinamiento en la Mucata.

Hay también un exceso en el uso de los niños-bomba. Los 20 primeros son impresionantes, pero los sucesivos ya dejan indiferente. Es obvio que el director del espectáculo nos está preparando para la gran aria final, con un Arafat moribundo y desplegando todos sus recursos vocales. Estéticamente es muy interesante la puesta en escena de la agonía del Rais, con una cama de hospital deslizándose sobre el hielo de forma casi espectral. Lástima del pegote final, francamente postizo y en forma de epílogo, donde nuevamente el actor que encarna el líder palestino se luce en un solo desafortunado, con un abuso musical de la sección de cuerda.

Pese a ser un espectáculo comercial para toda la familia, «Arafat on ice» tiene algunos hallazgos interesantes, pero al fin y al cabo queda reducido a la nada por culpa de los efectismos y por no apostar decididamente por un registro concreto, siempre basculante entre el biopic, el thriller psicológico y la ópera rock.

En definitiva, un espectáculo mediocre que no aporta prácticamente nada nuevo al panorama emergente de los montajes «on ice».

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