Un individuo con un poco de mal genio lleva varios años regalándole a su mujer ramitos de violetas sin decírselo explícitamente para que ésta crea que el obsequio proviene de su amante, su amor secreto.
Los ramitos llegan cada nueve de noviembre, pero el hombre manda también flores en primavera, siempre sin tarjeta, y además le escribe versos. «Nunca fue tierno», se queja su esposa, ajena a los hechos, e insiste en describir a su marido como «el mismo demonio».
Chalala, chalala, chalalalala, chalalalala, chalala, chalala
La mujer se pregunta también si el autor de estos regalos, que a ella tanto la estima, será mas bien hombre de pelo cano, sonrisa abierta y ternura en sus manos.
«Son cartas de un extraño llenas de poesía que me han devuelto la alegría», reconoce la esposa.
La relación del matrimonio, sin embargo, se mantiene tensa. Cada tarde, al volver su esposo cansado del trabajo, va y la mira de reojo pero no dice nada, porque él lo sabe todo. Ella asegura que es así feliz de cualquier modo.
Este medio ha podido saber también que, en un acto de cinismo, el marido se ha atrevido a preguntarle a la mujer «quién te escribía a ti versos, dime niña quién era», provocando así que se sienta descubierta y poniendo a prueba su sinceridad a través del engaño y la manipulación.