Poco ha tardado en ponerse de manifiesto el hundimiento progresivo de la ciudad de Nueva York del que alerta un estudio publicado hace una semana en la revista Earth’s Future, y en el cual se asegura que la ciudad se hunde cada año entre uno y dos milímetros. Esta misma mañana, la alcaldesa de Sídney, Clover Margaret Moore, confirmaba que los pies de la Estatua de la Libertad han abierto una gran grieta en la ciudad australiana y asoman como un nuevo monumento puesto del revés.
«No es solo la estatua. La capa de tierra que nos separa es cada vez más fina y muchos australianos no pueden dormir por los ruidos que hacen los ‘vecinos’. Tendrán que solucionar su problema cuanto antes», advertía Moore.
El Ayuntamiento de Nueva York se ha comprometido a buscar soluciones, pero reconoce que la Gran Manzana podría acabar empujando Sídney y elevando a los australianos varios metros sobre la superficie terrestre. «Recomendamos a los neoyorquinos que eviten ir con falda por la calle porque, en unos días, se les verá todo en la otra parte del mundo», aconsejaba esta mañana el alcalde Eric Adams.
Por su parte, los terraplanistas insisten en negar el problema y quitan importancia a la presencia de los primeros canguros saltando por el techo de los andenes de la línea 7 del metro neoyorkino.
