Tras casi un mes de partidos y disputas, la final más vista de toda la historia entronizó finalmente a Qatar, que puso el mundo a sus pies. El planeta ha sucumbido a la superioridad de los qataríes, que han demostrado su autoridad ante una humanidad que no ha podido, o no ha querido, hacerles frente. Al final, ni Argentina ni Francia: quien se ha coronado como campeón ha sido el propio anfitrión de un torneo que se le presentaba muy complicado y que finalmente ha sido un paseo.
El Mundial de 2022 ha ofrecido un duelo cósmico con Qatar y la FIFA a un lado y el resto de la humanidad al otro. Tras mucha emoción, se ha glorificado hasta el infinito a los primeros, sin discusión. La humanidad, rebajada al papel de mera espectadora, ha encajado todos los tantos qataríes con deportividad, como si fueran goles en propia puerta que uno se ve obligado a celebrar.
Qatar ha manejado el Mundial a su aire, sin angustia. No ha permitido que nadie le arrebatara la posesión, liquidando a quien se le ponía por delante y cerrando muchas bocas. Incluso aquellos que, con gallardía, dijeron que darían la espalda al Mundial, han sucumbido ante una organización sin fisuras que ha marcado gol tras gol en la portería de los Derechos Humanos hasta la final de ayer, donde no quedó nadie sin desgañitarse viendo el partido y rindiéndose ante el campeón (Qatar).
Así, el Mundial de la vergüenza, el del boicot, el de las protestas, el que no íbamos a ver, terminó con un marcador inapelable a favor de Qatar a falta de una defensa que prometía ser feroz y finalmente se quedó de brazos cruzados, rendida ante la supremacía de la FIFA.
