Después de haber triplicado en octubre los ataques aéreos sobre Ucrania, Rusia se ha visto forzada esta semana a reconsiderar su estrategia militar después de que Vladímir Putin haya recibido la invitación a una boda que se celebrará en Kiev dentro de un mes. El Kremlin sospecha que la ceremonia, que obligará a Putin a desplazarse a Ucrania para no quedar mal con los novios, la ha orquestado el ejército de Zelenski.
«A la boda habrá que ir porque ellos [los novios] no tienen ninguna culpa y además mi mujer no aceptaría ninguna excusa porque siempre dice que si te invitan a una boda tienes que ir», reconocía Putin esta mañana, sin ocultar su frustración. Los servicios de inteligencia rusos admiten que «no hay modo de probar» que la boda es una farsa, pero está claro que la invitación obliga a Rusia a interrumpir su ofensiva y pone en claro peligro la integridad de Putin, forzado a adentrarse en territorio enemigo con sus mejores galas.
El líder ruso asegura que «lo peor no es tener que parar la guerra, sino decidir el regalo y organizar la agenda». Sospecha, además, que «el dinero que abonemos para el cubierto de la boda se usará para financiar a las tropas ucranianas».
Al tiempo que protesta por la «jugada sucia» de Ucrania, «que viola todas las reglas de un enfrentamiento bélico», Rusia concede que «no asistir a la boda de Anastasiya y Davyd sería un deshonor y perjudicaría la imagen de nuestro país, transmitiendo debilidad».
Al cierre de la edición, Volodímir Zenlenski seguía sin confirmar si ha recibido también la invitación, pero fuentes de su entorno prometen que, de coincidir con Putin en la ceremonia, «guardaría las formas» porque «los novios no tienen que pagar el precio de una guerra y es el día más importante de sus vidas».
