«No sé lo que es pagar por comer o beber. No podría volver a eso». Con estas palabras admite Juan Pedro Fernández Romero que, desde que acudió a un festival de música de Motilla del Palancar hace 15 años, lleva en la muñeca una pulsera de «todo incluido» que le libra de abonar consumiciones. «La entrada VIP más rentable de la historia», comenta con orgullo.
Por algún motivo que ni siquiera él puede explicar, los camareros de los bares y restaurantes a los que muestra la pulsera se rinden ante lo que les parece evidente. «Ven el logotipo del Motillarock y no me cobran, aparte de que me reservan siempre la mejor mesa», explica el afortunado. El Motillarock dejó de celebrarse en 2015.
El único temor de Juan Pedro es la resistencia de la pulsera al paso del tiempo: «El plastiquete empieza a corroerse y un día de estos se parte, y entonces no sé qué voy a hacer». Su apego por este objeto es tal que, según confirma su familia, en ocasiones se le oye susurrar «Mi tesoro, mi tesoro». No se quita la pulsera bajo ningún concepto, y frente a su cama ha instalado un dispositivo de videovigilancia para evitar que se la arrebaten mientras duerme.
En confianza, el hombre ha confesado que también puede «entrar y salir de la sede del CNI siempre que me da la gana, basta con que enseñe el dorso de la mano izquierda a los del control de seguridad». En esa mano puede apreciarse el sello de la discoteca Pipol’s, un local de moda en Motilla del Palancar que cerró en 2006.
