Viendo que empezaba a haber turbulencias y que el avión descendía en picado a gran velocidad, Gustavo Moraño, el pasajero de un vuelo Madrid-Roma, le pidió ayer a la chica del asiento de al lado los apuntes de las instrucciones de seguridad. “¿A ti te dio tiempo de pillar algo?”, le preguntó conteniendo su ansiedad por el inminente accidente aéreo que creía que iba a sufrir.
Con mucha amabilidad, la compañera de asiento le facilitó la libreta de 120 páginas con los apuntes que había tomado, todas ellas con diferentes apartados, diferentes colores e incluso dibujos explicativos. Mientras el avión seguía descendiendo, Moraño comenzó a ojear los apuntes con la esperanza de llegar preparado al momento del accidente.
Al comprobar que el tiempo se le echaba encima, y tras un buen rato con la mano levantada sin que ningún asistente de vuelo le interpelara, acabó preguntando si, en caso de accidente, les dejarían mirar los apuntes o si había que memorizarlos. “Lo ideal es que los memoricéis porque así es más fácil sobrevivir”, fue la respuesta de un trabajador de la aerolínea. “Tampoco es que vaya a haber otra oportunidad en septiembre”, añadió después.
Una vez que Gustavo Moraño se aprendió las instrucciones de seguridad, el piloto pudo reconducir la situación y evitar la colisión del avión, llegando a Roma con total normalidad. “Tanto estudiar para nada”, protestaba el pasajero. “La próxima vez iré durmiendo todo el trayecto y me evitaré sustos”, sentenció.
