Alfredo Mañas falleció repentinamente hace cuatro años, dejando una viuda, tres hijos y 30.000 euros de deuda por un préstamo que le pidió a su primo José Antonio para acometer unas obras en casa. Ahora, Mañas se ha convertido en un zombie que no se atreve a salir de su ataúd como hacen sus otros compañeros del cementerio. «Esto es la ley de Murphy: basta con que salgas a la calle para que te encuentres con el primo, y entonces el que se va a asustar soy yo», declara a gritos desde la tumba.
El no muerto tiene que conformarse con una dieta frugal basada en gusanos y hierbajos, renunciando además a ver de nuevo a su mujer y a sus hijos, aunque sea a través de una ventana. «Esto no es vida», se queja.
Asegura Mañas que saldaría su deuda con su primo gustosamente, pero para ello tendría que encontrar un trabajo. «Si ya es difícil conseguir un empleo a partir de los cincuenta años, imagínate si encima estás muerto», razona.
El zombie reconoce además que abandonó el mundo de los vivos habiendo firmado un contrato de permanencia con Vodafone, así que, en el caso de volver, tendría que pagar una penalización.
«Se está mejor aquí, en el ataúd, al menos mientras no se entere nadie de que soy un zombie y empiecen a cobrarme un alquiler», dice.