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El documental «Michelangelo», dirigido por David Bickerstaff, se centra en la vida del artista Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y en cómo sus experiencias personales se reflejan en su obra. Su mayor obsesión fue la representación del cuerpo humano, especialmente del desnudo masculino, hasta el punto de que Miguel Ángel acudía a la iglesia del Basílica del Santo Spirito para que le dejaran estudiar los cadáveres y así aprender más de la anatomía y sus formas. Su famosa escultura del David llama la atención por una particularidad: el pene le mide 30 centímetros y medio en estado de reposo. ¡Una locura fuera de todo realismo!

Bickerstaff nos recuerda que la pieza fue un encargo de la Opera del Duomo de la catedral de Santa María del Fiore de Florencia, y que se le pidió al artista que representara al rey bíblico, sin especificar que éste tuviera que mostrarse en cueros ni mucho menos con un pene que requeriría la ayuda de varias personas para ser transportado. «Un ser humano con un miembro de este tamaño no podría llevar pantalones y tendría serias dificultades para moverse», comenta el experto. «¡No podría andar, se tendría que arrastrar por el suelo por culpa de este mastodonte!», añade.

¿Cómo pudo Miguel Ángel saltarse así las proporciones anatómicas? ¿Fue una torpeza o la grandiosidad de este pene esconde un mensaje?

Según Bickerstaff, este pene de más de 30 centímetros y casi tres kilos de peso es una licencia para remarcar el carácter platónico del amor por el cuerpo masculino que el italiano quería transmitir.

«A Miguel Ángel le gustaban tanto las pollas que, cuando se puso a esculpir la del David, se vino arriba y creó el rabo que a él le gustaría que tuviera su amante. Le gustaban mucho las pollas, tanto que fue incapaz de respetar el realismo. Quiso corregir al mismo Dios, quiso decirle: las quiero más grandes. Así es como tendría que ser un buen cipote«. Esta teoría de Bickerstaff parece arrojar al fin un poco de luz a este misterio que siempre ha llevado de cabeza a los historiadores del arte.

Y es que, a fin de cuentas, la explicación más sencilla es a veces la mejor. A Miguel Ángel le gustaban los grandes pollones, no hay que darle más vueltas.