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Un hombre logra empalmar la crisis de los treinta con la de los cuarenta y la de los cincuenta

LOS PSICÓLOGOS QUE LO TRATAN SON OPTIMISTAS CON SU PESIMISMO Y CREEN QUE AÚN PUEDE EMPEORAR

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Varios psicólogos han confirmado esta semana que el madrileño Alfonso Rosal, de 53 años, ha logrado empalmar la crisis de la adolescencia con la de los treinta, la de los cuarenta y la de los cincuenta en una carrera ininterrumpida por la pedregosa senda del malestar. «Pasó de sufrir por la búsqueda de una identidad a deprimirse por haber entrado en la edad adulta; luego ya se zambulló en la crisis de madurez y ahora, habiendo cumplido los cincuenta, su malestar se ha focalizado en la proximidad de la vejez», explica su actual terapeuta. «En cuanto a crisis es un fenómeno, el mejor que yo haya conocido», reconoce.

Rosal es consciente de que lo suyo es «una auténtica proeza» pero contiene la alegría porque considera que el logro llega demasiado tarde. «La época de batir récords es la juventud, a mí la crisis de los cincuenta me ha llegado ya muy tarde, concretamente a los cincuenta», dice. «Las crisis son lo único que logro empalmar hoy en día», agrega abatido.

Todas las miradas están pendientes de él y todos los especialistas que lo han tratado confían en que su ingreso en la tercera edad marcará «la crisis definitiva, el gran chinpún». Rosales, sin embargo, cree que no llegará a los sesenta y, si llega, «estaré senil y se me olvidará deprimirme». Asegura que sus mejores crisis ya han pasado y que ahora sólo cabe esperar crisis peores que las anteriores. «A partir de ahora es todo bajada», sentencia. Su mayor temor es el miedo a la crisis en blanco, el hecho de no encontrar motivos concretos que le inspiren el malestar. «Procuro no pensar en ello porque, si lo hago, entro en crisis», confiesa.

Su pesimismo, que forma parte de su cuadro depresivo, no es compartido por su psicólogo de cabecera: «Cuando crees que está en una crisis realmente profunda, te sorprende con otra mejor, yo creo que lo peor está por llegar pero él no quiere reconocerlo para quitarse presión, es normal, pero yo soy optimista en cuanto a su pesimismo».

«Me acuerdo de mi crisis de juventud y me doy cuenta de que aquella sí que era una crisis como dios manda. Aquellos tiempos de perfecta infelicidad, cuando creías que eras joven, impotente y que el mundo te iba a comer porque estabas a sus pies, ya no regresarán», concluye Rosales.

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