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Los votos de Risto Mejide para su esposa, Laura Escanes

HACEN REFERENCIA A INTIMIDADES QUE TAN SÓLO ELLOS DOS Y DON GERMÁN ENTIENDEN

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Dos días después de contraer matrimonio con la modelo Laura Escanes, el presentador de “All you need is love… o no”, Risto Mejide, ha compartido en su web una publicación titulada «Sí quiero (votos para mi esposa)».

En esos votos, Mejide repasa algunos momentos cotidianos de la pareja e incluso manías de Escanes —»Sí, quiero tu pasta de dientes siempre abierta y con un chino de mediana edad chillando de dolor al lado sin que yo sepa por qué”— y reflexiona sobre la relación de su esposa con su hijo, el que tuvo con la periodista Ruth Jiménez: «Sí, quiero tu forma de jugar con mi hijo y vuestra forma de comunicaros, consistente en alinear garbanzos para formar extraños símbolos arcanos».

Reproducimos los votos a continuación:

Sí quiero que me manches las gafas de limpiacristales cuando te enfadas, aunque no se sepa muy bien si puedes manchar un cristal con limpiacristales, es muy loco, ¿no?

Sí quiero que me castigues sin móvil. Tú. A mí. Pese a que el móvil lo he pagado yo y no tienes ningún derecho porque considero que la propiedad privada es un derecho natural, como dice don Germán.

Sí quiero ver cómo tu armario crece aún más rápido que tus followers y que haya absorbido ya a cinco familias y sea un peligro nacional porque nadie sabe muy bien cómo detenerlo.

Y cómo el mío se hace cada vez más pequeño, irrelevante y monocromo y, de hecho, estoy vistiendo con bolsas de plástico del Condis habilidosamente cosidas unas a otras.

Sí quiero avisar a papichoflas, el pelotes de la magullofa y que des esos saltitos de ilusión y rabia a la vez.

Sí, quiero que me sigas lanzando gatos aullando.

Tú y los gatos.

Y que hagas lo mismo con los perros, aunque éstos lleven muertos algunos días y al cogerlos con tus delicadas manos sus entrañas te caigan chorreando por el brazo.

Sí, quiero tu pasta de dientes siempre abierta y apretada por donde no toca y con un chino de mediana edad chillando al lado y que ahora vive ahí, junto al baño.

Sí quiero todas tus lágrimas de felicidad. Las que tienes ahora y las que derramas hasta en los anuncios cuando ves las marcas que te rechazaron y gritas y rompes la tele y te cortas con los cristales y yo te digo «chiquilla, tranquila» y tú amenazas con arrancarte los pulmones SEÑALÁNDOTE LAS PIERNAS.

Sí quiero besar tus tatuajes. Todos. Aunque no estén hechos con mi letra y pongan «quiero lentegas para comer» porque te lo dejé escrito ahí para que no te olvidaras.

Pero también quiero Las Letras, Puigcerdà y Lesseps y otra gente que tú no conoces.

Sí quiero Roma, sí quiero Santa Mónica, sí quiero Palafrugell y Santa Coloma de Gramenet y las tierras del sueño, eternas e imperecederas.

Quiero decirte que te quiero, conejito de miel, y que tú me digas que me quieres, y luego levantarnos de golpe en el dinner y gritar a todo el mundo que estén tranquilos, que es un atraco, y que tú les digas a esos imbéciles que si alguno de ellos se mueve vas a matar a todos esos bastardos y que luego venga un negrata y casi nos mate a los dos tras recitar versículos de la Biblia.

Sí, quiero pinchar alfileres sobre el vientre eterno e inacabable de don Germán y que tú te rías así “Ji ji ji, más, más” y yo te haga caso porque, mira, porque no puedo negar nada.

Y que encima le digas a la mujer de don Germán que es decisión mía.

Sí quiero ruiditos de barriga al estrujar las mollejas colpísteras de la marabunta eterna de moros y negros que nos abordan. Y caras de culpabilidad de parte de don Germán, pese a que el tema ya no tiene nada que ver con él pero hemos quebrado totalmente su voluntad.

Sí, quiero tu forma de jugar con mi hijo y vuestra forma de comunicaros, consistente en alinear garbanzos para formar extraños símbolos que sólo conocéis vosotros dos.

Sí, quiero tus riñones, compatibles con los míos.

Sí, quiero hacerte reír con la boca pequeña, la que tengo justo bajo el cuello y en la parte superior del tórax, la que susurra cosas por la noche.

Sí quiero tu manera de decirme que en realidad la vieja eres tú y que tienes trescientos años y que has venido a sembrar la destrucción en el planeta y que eres la emisaria del caos, la peste y el fuego negro.

Sí quiero estrujarte la espalda hasta oír crack. Una y otra vez. Como cada noche.

Y que resucites al día siguiente porque lo que está muerto no puede morir. Como cada mañana.

Por eso, sí quiero pasar el resto de mi vida contigo y con don Germán y que esta misma noche escarbes con tus uñas negras mis entrañas para entregárselas en ofrenda a don Germán, siempre hambriento el hijoputa.

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