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Una administrativa encuentra cada día algún compañero de la oficina a quien decirle que tiene mala cara

LUEGO LES PREGUNTA SI ESTÁN BIEN

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Diciendo que es “imposible de ignorar” la habilidad especial para hacer que sus compañeros se sientan «como una mierda», los trabajadores de una oficina de Barcelona han explicado a la prensa que Cristina Valente, de administración, lleva ya cinco años en la empresa y no ha habido un solo día en el que no le haya dicho a alguno de sus compañeros que hace mala cara.

Según han explicado los trabajadores a los periodistas, el “talento único” de Cristina consiste en escanear «como un puto radar» toda la oficina hasta encontrar al empleado más vulnerable del día. Luego se dirige hacia él «como un tiburón blanco que, aguantando una carpeta con folios o una taza de café, te arrincona, te suelta dos palabras preguntándote por qué haces mala cara y te anula como persona el resto del día”.

“Es increíble cómo es capaz de hacer que vayas corriendo al lavabo a mirarte las ojeras y a preguntarte si, como ella ha dicho mirándote a los ojos, haces mala cara y te ocurre algo, cuando cinco minutos antes pensabas que eras una persona normal”, explica una compañera de Cristina que tiene el récord del mes de noviembre de “hacer mala cara”. Según ha explicado, aparentemente Cristina hace la pregunta mostrando genuino interés por el estado de sus compañeros; sin embargo, todos los trabajadores coinciden en el hecho de que, cuando son las cinco de la tarde y todavía no le ha podido hacer el comentario a nadie, parece “nerviosa e intranquila”.

En esas ocasiones, Cristina se lanza a la desesperada y le dice a cualquiera que hace “mala cara”, aunque haga realmente buena cara. «Sus comentarios son como los cinco golpes para hacer explotar un corazón de los que hablan en ‘Kill Bill’, pero haciendo tambalear toda tu autoestima”, concluye uno de los comapañeros de la mujer.

Según ha podido saber la prensa, Cristina tiene también el talento de encontrar, todos y cada uno de los días que acude a trabajar, a algún compañero a quien ofrecer una de las repugnantes y revenidas tortas de arroz que guarda en el cajón de su escritorio. Hasta el día de hoy, como han confirmado los trabajadores, jamás nadie ha cogido ninguna.

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