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Una mujer entierra a su marido en cojines

EN UNO DE ELLOS HA BORDADO LA INSCRIPCIÓN "TU VIUDA NO TE OLVIDA"

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Esta mañana se ha celebrado en Fuenlabrada el emotivo entierro de Juan Gruñedo, de 35 años. El sepelio ha tenido lugar en el domicilio del fallecido, dado que el cuerpo ha sido enterrado en cojines a petición expresa de la viuda, que quería para su marido «un ataúd blandito, cómodo y cosido por mi madre». Los cojines y almohadones forman parte del ajuar de la pareja, que los utilizaba como parte de la decoración del lecho conyugal. Juan Gruñedo murió, precisamente, a consecuencia de una avalancha de cojines en la que quedó sepultado el pasado jueves al hacer la cama. Al entierro han acudido cerca de 40 amigos y familiares. 

Muchos de los presentes han declarado que la muerte de Juan no ha sido una sorpresa, dado que la cantidad de cojines que su mujer tiene dispuestos sobre la cama sobrepasaba desde hace tiempo los límites de seguridad. «Por las noches se tiraba dos horas trasladando los cojines de la cama a la cómoda. Nos lo contaba cada día en el bar con resignación», comenta un amigo de Juan. Éste en alguna ocasión llegó a confesar que no quería volver a casa porque sabía que le esperaba el arduo trabajo de trasladar los cojines de la cama a la cómoda antes de acostarse. «También se quejaba de que en el sofá había tantos cojines que tenía que sentarse en el suelo, porque los que había, al parecer, no servían para sentarse encima».

La autopsia ha revelado que Juan padecía probablemente grandes dolores lumbares al tener que mover los cojines dos veces al día, antes de acostarse y al hacer la cama. «Puede parecer que un cojín es poco para provocar tanto daño pero… ¿trescientos? Mi hermano se sentía como Sísifo subiendo una y otra vez la piedra a la cima de la montaña sin ningún motivo», explica el hermano del fallecido. «Además, su mujer no le dejaba usarlos para dormir, y si el pobre no los colocaba como se suponía que había que colocarlos, había bronca segura. El hecho de que ahora, encima, lo entierren en cojines, me parece recochineo».

La mujer pensó en un primer momento en incinerar a Juan y esparcir sus cenizas por el sofá «entre los cojines, para encontrártelo luego junto a monedas y migas de pan». Finalmente, rechazó la idea porque tarde o temprano le hubiera tocado pasar el aspirador. «Y al final hubiera sido como esparcir sus cenizas en la bolsa del aspirador. Y hubiera acabado con la dichosa bolsa encima del mueble, con una vela al lado. Un asco en definitiva», explica la viuda, quien defiende que depositar a su marido bajo los cojines «que tanto amaba» es el mayor homenaje que le puede ofrecer. Lo único que lamenta es que ahora deberá mover el cadáver de la cama a la cómoda cada noche antes de acostarse.

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