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«Llevaba diez años regando unas flores de plástico»

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Andrea Arlés concluyó que su vida era una farsa cuando, hace seis meses, descubrió que las flores que había estado regando, acariciando y desparasitando durante diez años no eran más que imitaciones de plástico. «Es como cuando ves la ciudad desde el avión y te parece preciosa. Luego te acercas más y más, aterrizas y no sabes cómo pero acabas en una calle que huele a orines. Si profundizas, te das cuenta de que estás en un pozo lleno de basura. Y piensas: ‘Tonta yo por profundizar'» sentencia la entrevistada, que ha estampado su pesimismo en un libro titulado «Joder».

Arlés me ha invitado a comer a su casa -«que en realidad ni siquiera es mía, es de alquiler»- y me sirve un plato de lentejas precocinadas «que a saber lo que llevan». Me cuenta que antes compraba comida buena de mercado pero ha acabado desistiendo: «Si vamos a comer mierda, comámosla de forma honesta y sin autoengaños», declara. Pese a todo, el plato está rico y así lo expreso, pero la entrevistada apunta que «ahora te están aprovechando pero a media tarde te sentirás como destrozado por dentro».

El título de su libro, «Joder», alude a lo primero que exclamó cuando se dio cuenta de que había estado regando unas flores de plástico. «Se me cayó el tiesto al suelo y las flores quedaron clavadas en el parqué, como un tentempié. Vi que aquello no podía ser orgánico y entonces exclamé ‘¡Joder!’. Me las había regalado mi marido. Las putas flores me las regaló él y se calló que eran de plástico. ¡Se calló incluso cuando vio que las regaba!», se lamenta la autora.

Mi marido veía cómo las regaba y se callaba porque también es un falso

Ahora Andrea espera que el libro le proporcione suficientes ingresos para aguantar un tiempo sin trabajo. «Curraba en un departamento de Recursos Humanos. Casi todos los aspirantes mentían en sus curriculums. Una vez vino un tipo que mintió sobre su formación para obtener un puesto de trabajo que ni siquiera existía. Había visto un anuncio engañoso. Le dije: ‘¿Ahora qué vas a hacer?’ Y me respondió: ‘La verdad es que ya tengo trabajo, en realidad no necesitaba este puesto pero tampoco pensé que fuerais a dármelo'».

Al despedirme, Andrea Arlés me dice que no leerá esta entrevista porque sabe que no se verá reflejada en ella. «Quizá ni siquiera la publicas. Quizá te equivocas con mi nombre. Quizá he perdido el tiempo contigo», confiesa con desoladora resignación. Luego, ingiere tres o cuatro pastillas de un bote como si le fuera la vida en ello: «Son pastillas de placebo puro, pero de momento es lo único que me calma».

Domicilio de la entrevistada.

– Lentejas precocinadas.
– Agua del grifo.
– Placebo.

Total: cortesía de la entrevistada.

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