Antes de lanzarlos al ruedo, las niñas embadurnaban a los ponis con aceite y purpurina. El aceite hacía que los animales resbalaran y les resultara más difícil desgarrarse unos a otros. La finalidad de la purpurina no era otra que hacer más bonitos los charcos de sangre que acababan cubriendo todo el recinto. «Así todo brilla y parece como de magia», apuntaba una de las niñas. Algunos ponis iban disfrazados de unicornios con cuernos artificiales para causar más daño al rival.
Para poder asistir a las peleas, las niñas espectadoras debían pagar 15 nubes de caramelo. A través de cartas de olor se anunciaba la fecha de los encuentros, cuáles serían los ponis que pelearían y el monto de las apuestas que se podían realizar. El favorito era siempre un macho llamado «Princesa Missy», un ejemplar cubierto de cicatrices que logró la fama debido a su costumbre de rematar a sus víctimas arrancándoles la piel a dentelladas. Las niñas hacían cola para hacerse fotos con él después de las peleas.
La Guardia Civil donará los animales incautados, Princesa Missy entre ellos, a una peña rociera que asegura que los tratará con dignidad hasta que llegue el momento de que mueran por extenuación en la romería de este año.