«Uno no debería desprenderse de su intimidad gástrica sin valorar antes las consecuencias. En cualquier caso, al responsable se le ha ido el asunto de las manos y ahora esto se ha vuelto en contra de todos. A mí ya no me importa buscar un culpable como están haciendo otros», explica María, una trabajadora de la planta decimotercera que lo único que pide ahora son soluciones.
La opinión de la mayoría es que todo el mundo debe cooperar. Mientras algunos insisten en seguir utilizando el ascensor como si nada hubiera pasado para demostrar que no tienen miedo y que no sucumben a coacciones, otros están haciendo una colecta voluntaria para construir un nuevo elevador o, en su defecto, derribar la torre y trabajar en cualquier otro lugar. «Como en las cloacas», prosigue María.
Hace unos meses, en un pasillo del Ministerio de Defensa, un rebufo de Chanel número 5 impedía el paso por el mismo. Una patrulla de la Guardia Civil perfumada de Jean Paul Gaultier -para hombre- intentó recuperar el control del corredor para devolver la normalidad al edificio. El remedio, sin embargo, fue peor que la enfermedad y la ministra Carme Chacón estuvo valorando la posibilidad de cambiar de edificio o permitir a los funcionarios holgazanear desde sus casas sin tener que hacerlo en las instalaciones del Ministerio.