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«He inventado el chándal de vestir»

LOS ALMUERZOS DE EMT

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Antes de sentarse, Tactel pregunta al maître por el pescado, encarga una dorada a la sal, pide vino blanco y empieza a hablar mientras se sienta y baja la cremallera de la chaqueta de su chándal. Debajo lleva una camiseta de propaganda que reza: «Andamios y grúas Hermanos Ferrándiz». Es un hombre resolutivo que tiene una misión: «Quiero implantar la democracia en el vestir, la comodidad en las altas esferas. Hacer de la informalidad una señal de elegancia e integración». Se adueña de la libreta y dibuja diagramas y círculos. «Hasta ahora sólo los que estaban debajo podían vestir como querían; los de arriba se han visto obligados a llevar pantalones de pinza, corbatas y viviendo, en definitiva, bajo el yugo de la opresión textil». Nunca había visto a nadie en chándal hablar tan rápido, con tanta seguridad y capacidad de convencer.

Pero ni su carisma ni su convicción de que el chándal es «el chaqué del siglo XXI» le han permitido esquivar la mirada del camarero, que ha interrumpido su discurso para pedirle que haga el favor de ponerse una americana y unos zapatos que el restaurante le cede. «Este es un local de categoría y tratamos de evitar ciertas prendas», insiste el camarero mirando con desdén las zapatillas deportivas del entrevistado.

«Llevo toda mi vida igual», se lamenta Tactel mientras trata de sentirse cómodo con la americana -a todas luces más pequeña de lo conveniente- y me explica que durante casi treinta años fue el director regional de una importante multinacional. «¿Cómo es posible que un traje de 3000 euros sea más incómodo que un pijama? Esos trajes deberían llevarlos los parias y los que estén en el paro y no yo, que ganaba una pasta. Me despidieron porque me negué a llevarlos y animé a mis subordinados a que se apuntaran a la moda del chándal. ¡Y se apuntaron encantados! ¡Se trabaja mejor!».

Ahora, Tactel se dedica a compra chándals en un mercadillo y les cose botones y broches dorados. «El diseño de mis prendas potencia las posturas y costumbres naturales. Es posible, por ejemplo, rascarse ciertas partes de la anatomía sólo con introducir la mano en el bolsillo. ¡Intente hacer eso con un traje de Antonio Miró!», argumenta. Y para demostrarlo se levanta, introduce una mano en el bolsillo del chándal y se rasca los genitales. Intento apartar la mirada y centrarme en mi plato de albóndigas, lo cual no hace sino quitarme aún más las ganas de comer. «Hasta ahora los diseñadores han dado la espalda a lo que yo llamo ‘ecología postural’, obligando a mucha gente a vivir contra natura», insiste. El maître, desquiciado, le pide a Tactel que se siente y que baje la voz.

Bistrot Le tempranet.

– Dorada a la sal.
– Albóndigas.
– Vino blanco.
– Agua.

Total: 247€.

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