El magnate, que se tiró del avión en último lugar acompañado de una lavadora de carga superior, llegó al suelo bastante emocionado y esperando ser recibido con abrazos, por lo que no entendió el recelo con el que lo miraban los refugiados. Pese a todo, estaba demasiado excitado como para preguntar, de modo que en los primeros instantes estuvo gritando cosas como «genial» o «qué puta pasada» mientras se abrazaba a los damnificados.
Después de calmarse, declaró: «Realmente, ayudar a la gente es un subidón, con todo el viento en la cara y sabiendo que estás haciendo esto por ellos. Ya estoy deseando repetirlo. La ayuda humanitaria engancha y es como una droga. Como una puta droga». Luego expresó su deseo de que, en el mundo, no haya ningún niño «sin secadora o sin nespressos». Hizo en todo momento caso omiso a los misioneros que le increpaban por haber puesto tantas vidas en peligro con su bombardeo y que le recordaban que no había acceso a ninguna red eléctrica en el campo de refugiados.
Otra de las acciones que el filántropo Johann Cleaner llevó a cabo hace seis meses también tuvo cierta repercusión mediática. En aquella ocasión, envió a diversos países en vías de desarrollo millones de latas de comida vacías pero llenas de papeles con mensajes de paz y esperanza en su interior.