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«Tendremos cinco hijos para hacer mucho embutido»

LOS ALMUERZOS DE EMT

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Pepe Gil y su esposa Marisa se dedican a hacer embutido desde hace ocho años. Ahora se han dado cuenta de que el Gobierno apoya más a las familias que quieren tener hijos que a quienes se dedican a la industria cárnica. «Nos negamos a bajar la calidad de la materia prima para seguir ganando dinero. Necesitamos apoyo económico y haremos lo que sea para que nuestros embutidos sigan siendo exquisitos. No habíamos pensado nunca en tener hijos, pero creemos que ha llegado el momento» asegura Marisa.

Los Gil reconocen que lo han intentado todo para no tener que recurrir a la ampliación de la familia. «Hay ayudas para la exportación pero no para mejorar las instalaciones y reforzar la calidad del producto. Al mismo tiempo, vas viendo que el Gobierno ofrece 2.500 euros por cada hijo y piensas: con lo que nos cuesta mantener a los cerdos, imagínate disponer de ese dinero. Es una tentación muy fuerte», explica Pepe al tiempo que me sirve una enorme tabla de embutidos. Les aviso de que no tengo demasiada hambre, pero insisten. «Esa longaniza no tiene nada que ver con la que habrás probado. Se deshace en la boca, es tierna y delicada», asegura Marisa. Y lo cierto es que, tras el primer bocado, debo darle la razón. «Estos embutidos justamente no son nuestros sino de mi prima Carlota, que acaba de ser madre», aclara Pepe. Sin duda, el suyo es un negocio familiar.

Mientras hablan de la tradición y de la importancia de los lazos familiares «para que todos los trabajadores sientan como propio el producto que luego van a vender», Marisa trae a la mesa tres álbumes de fotos. «Mira qué monos. Este álbum es el primero, del ochenta y dos, cuando compramos la primera cámara. Mira qué cucada esos tres», exclama la mujer. Me acerca las fotografías que tanto la emocionan y en ella veo cerdos revolcándose en el barro, paseando en las instalaciones de la granja, bostezando y jugando con pelotas de colores. «Preciosos» afirmo, intentando disimular la inquietud que me provoca comprobar que, a partir del segundo álbum, los cerdos aparecen vestidos.

«Vas a otras granjas y lo flipas», dice Pepe. «En serio, no me gusta criticar, pero es que la gente deja que los cerdos vayan a la suya, corriendo todos sucios, como salvajes. Y luego el embutido sale como sale». Prosigue un discurso sobre la importancia de la disciplina y de la educación en tiempos convulsos e impregnados de relativismo. «Yo no digo que tengas que tenerlos encerrados en casa, es normal que jueguen y que hagan el tonto. Son cerditos. Pero de ahí a pasar de ellos… es nuestra responsabilidad», explica Marisa.

De repente, irrumpe en la estancia un animal que no alcanzo a ver porque enseguida se esconde debajo de la encimera. «Boris, cariño, no seas maleducado. Saluda al señor periodista. Se llama Xavi y viene de Madrid. Boris, ¿me oyes? Boris», grita Marisa. Oigo respirar a la criatura, que no se atreve a salir. «Bueno, déjalo, ya saldrá. Luego ya verás que no te lo quitarás de encima. Es muy cariñoso», aclara Pepe.

Terminada la comida, salimos al jardín a tomar el aire y es entonces cuando el tal Boris se me acerca por la espalda y me muerde los zapatos. «Míralo, el fiera, mira qué cariñoso es mi pequeñito. Ven aquí con la mami, ven aquí, Boris, ven», le ordena Marisa. Luego se acerca al animal y lo agarra en brazos. Pepe me da una palmada en la espalda y me dice: «Pero dale dos besos, coño, que no hace nada». Me acercan el morro del animal y justo entonces suena la bocina del taxi que viene a recogerme. O más bien a salvarme. «Llévate eso», dice Pepe mientras me acerca una bolsa llena de embutido. «Y vuelve a visitarnos cuando Marisa haya tenido a los niños», insiste. Asiento con la cabeza y me refugio en el coche que me llevará de vuelta a la civilización.

Embutidos Gil e hijos.

– Tabla de embutidos.
– Fanta de naranja.
– Agua del grifo.

Total: cortesía de los entrevistados.

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