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«Soy adicto a que me tosan en la cara»

LOS ALMUERZOS DE EMT

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Francisco Quijada.

Ante una persona que desearía que todo el mundo tosiera constantemente, es casi obligado sacar el tema de la prevención ante la gripe A. Intenta zanjar la cuestión de un plumazo: «Lo de las mascarillas es una guarrada que nos condena a la deshumanización, y lo de no dejar que la gente se bese, en fin… este invierno me voy a sentir muy solo si la gente empieza a toserse en el sobaco. Nadie piensa en los que son como yo». Aunque asiste a terapia -un juez le ha obligado a tratarse después de que haya recibido varias denuncias por acoso-, no entiende por qué ha de rehabilitarse y considera que «la esputofilia no es una enfermedad y no hago daño a nadie».

«Sentir el viento de otro en la cara. El aliento de otro en la cara. Los esputos de otro en la cara… no sé, es casi como ir en moto un día de lluvia. Algo salvaje y primitivo que nos conecta con la Naturaleza y con nuestro interior. Pero también con el interior de quien te tose, claro». La comparación está más que justificada, pues su afición -o fetiche- es casi tan peligrosa como ir a doscientos kilómetros por hora en una Harley y por una carretera sin señalizar. Este año ha enfermado ya casi veinte veces.

Mi sueño es tener una llama como mascota.

No tiene trabajo ni familia. Y es que para una persona que pasa todo su tiempo libre en las salas de espera de la Seguridad Social, aguardando el momento en que una persona mayor se arranque en un soliloquio de expectoraciones y convulsiones generosas en saliva, no es difícil la conciliación familiar. «A veces se les salta la dentadura y duele, pero vale la pena si tengo la oportunidad de sentir ese olor a naftalina tan único». Pero no es sólo que carezca de tiempo libre, sino que su mujer ideal es una chica «alta, rubia y tuberculosa». Y, como confiesa, no hay demasiadas «en estos tiempos profilácticos y grises».

Durante la comida, el comportamiento de Francisco con el camarero roza la mala educación: se queja de que el plato está demasiado caliente, de que el vino está demasiado frío, y asegura que hoy en día ponen a cualquiera a servir mesas… Cuando el camarero, desquiciado, trae finalmente los cafés, entiendo el motivo de su impertinencia. «Me lo he estado trabajando durante toda la cena, se habrá usted fijado. Lo más seguro es que haya escupido en la taza». Francisco, extasiado, le da un sorbo al café y lo paladea. «Bien, justo como me gusta», dice. Y sonríe.

Restaurante Vichuquén.

– Charquicán con huevo frito y longaniza.
– Ajiaco a la sureña.
– Sémola con leche.
– Café con esputo.

Total: 48€.

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