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«Despierto a mis vecinos con música barroca»

HÉROES DE VERANO

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Marcos Eguín se levanta cada día a las seis de la mañana y, aún medio dormido, se dispone a tocar la zanfona para deleite de todos sus vecinos. Asegura que la educación musical en nuestro país es deficitaria y ha decidido acercarla a la gente de buena mañana «porque es cuando todos estamos más receptivos y cuando hay menos ruidos que ensucien el vaivén de las notas». No todos agradecen sus conciertos matutinos, pero Eguín cree que «la música acaba amansando a las fieras aunque sea al cabo de doscientas agresiones físicas».

«La música culta es como un alcohol muy fuerte. Al principio preferirías morder una piedra antes que ingerirla, pero luego te embriaga hasta tal punto que no la dejarías aunque tu mujer te lo pidiera. Yo he perdido a mis dos hijos por esta maravilla medieval» asegura Eguín al tiempo que acaricia su preciado instrumento, una viola de rueda «lustrosa y antigua como el tiempo».

Decidió compartir su pasión por Arvo Pärt o Ross Daly, «los reyes de la música modal», el día en que sus compañeros, a las dos de la mañana en un bar de copas, le animaron a tocar la zanfona en medio de una carretera secundaria. «Reconozco que iba un poco entonado, pero sentado allí en un taburete, viendo cómo los coches se paraban bruscamente para recibir las caricias de mi melodía, sentí un placer inenarrable. Un deportivo casi me tira al suelo de lo mucho que se acercó para oírme, dejó una marca de neumático en el pavimento que incluso me recordó a la partitura que estaba interpretando. Me sentí como si doscientas hormigas estuvieran amasándome los testículos, algo bastante indescriptible pero que mola».

Ha recibido numerosas visitas de las autoridades y muchos de sus vecinos, tras quejarse y amenazarle, han acabado mudándose. «Es triste pero, por otro lado, sé que los que se quedan lo hacen porque han aprendido a amar la música culta». Describe el sonido de su instrumento «como el rumor que emite una gaviota cuando se siente acorralada» y cree que la adicción que produce «mi precioso organistrum» la comparten también sus espectadores más fieles. «A veces, cuando termina mi concierto al cabo de tres horas, el vecino del cuarto segunda arroja cubiertos a mi ventana a través del patio. Entonces sé que debo continuar al menos con dos temas más», sostiene extasiado.

Este verano, ha aprovechado para compartir su pasión con los huéspedes de cinco hoteles de la Costa Brava. «Mi sueño sería despertar a toda Europa con una sola melodía que viajara traspasando las fronteras. Quizá Internet lo permita en un futuro, no lo sé. Yo sólo sé que esto es mejor que un polvo».

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