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«¿A quién le importa lo que yo diga?»

LOS ALMUERZOS DE EMT

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David Lomana odia esta época del año. Cuando se acerca el buen tiempo, espera entre rabioso e intrigado a que suene la canción del verano de turno para descubrir «en qué frase de las mías se habrán inspirado esta vez». Está convencido de que su vecino, que es letrista, escribe estribillos pegadizos inspirándose en frases que él dice sin darse cuenta. «Compramos unas cortinas nuevas y le estuve explicando a mi mujer cómo funcionaban. Le dije: ‘siempre así, abajo, abajo, abajo’. Al cabo de unos meses, sonaba la cancioncita: ‘siempre así, abajo, abajo, abajo; siempre así, arriba, arriba, arriba’. Y cada año lo mismo».

El piso de Lomana, en el que me invita a almorzar, tiene las paredes forradas de moqueta. «Es que son finísimas y se oye todo. Me lo imagino al otro lado con la libretita, esperando a que suelte alguna de mis frases» dice refiriéndose a su vecino, con el que ha intentado razonar sin éxito en incontables ocasiones. «Yo ya sé que no puedo denunciarle ni nada, pero ya me dirás tú por qué tiene que utilizarme de esta manera. Que salga a la calle a escuchar conversaciones de la gente, como hacía Hemingway cuando no estaba inspirado. Si soy un tipo normal que habla normal. Soy feliz así, soy feliz como soy». Se da cuenta al instante de que acaba de rematar su parlamento con una sentencia de canción del verano y rebufa asqueado. «No lo hago aposta, en serio. Me sale de dentro. Son palabras que salen de mí hacia ti, de mí hacia ti y así hasta la eternidad».

Sus hijos se ríen y están orgullosos de que su padre deje año tras año su huella en el «Caribe Mix» o en recopilatorios similares. Incluso le sugieren frases y piden que se las grite al vecino a ver si cuelan. «Hace ya años se cambió el coche y vino todo contento a casa. Iba gritando: ‘¡Es una máquina! ¡Una máquina total!’. Cuando salió el ‘Máquina Total Uno’ no me lo podía creer», reconoce su esposa María. «Aunque en realidad deberían haberlo titulado ‘Máquina Total Tres’, porque era el tercer Renault que me compraba», matiza Lomana.

Ha aprendido a tomárselo con humor. «Lo que se debe de reír a mi costa el vecinito. Hace unos años vino mi hermano con su esposa, que es francesa, y a mí el francés no se me da bien aunque me esfuerzo. Total, que dije algo que al vecino le sonó como a ‘aserejé’. Pero no sé enteró, en realidad decía ‘asseyez-vous’. ¿Te enteras? ¿Eh?» dice gritándole al letrista, seguro de que está escuchando.

Lomana ha pensado muchas veces en mudarse, pero en el fondo parece que no le disgusta del todo la situación. «Me enfadé de verdad cuando utilizó una expresión que le solté a mi mujer en un momento digamos que de éxtasis. Eso no se hace. Le hubiese pegado si no fuera porque María me retuvo. Hay unos límites. El límite es mi libertad», exclama al tiempo que se oyen aplausos en el piso de al lado. «¡Sí! ¡El límite es mi libertad! ¿Te gusta? ¡Pues apunta, apunta!», le grita al letrista. «Están todo el día así. Pero en el fondo le gusta» explica su mujer, resignada.

Domicilio de David Lomana.

Ensalada de atún.

Endivias con roquefort.

Tostadas con jamón dulce.

San Jacobos.

Tarta de queso.

Café.

Total: 0€ (gentileza del entrevistado).

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