Desde los medios siempre le decían lo mismo, que no bastaba con la buena voluntad para protagonizar una noticia. «Le dije que se fijara en los informativos y a los pocos días nos llegó una convocatoria de rueda de prensa, llena de faltas de ortografía, eso sí. Decía algo así como ‘Carnicería Loreto se complace en invitarles a la presentación de su nueva línea de muslitos rellenos’. Todo con mucha pompa y mucha seriedad, pero claro… Nos dimos cuenta de que era ella enseguida» explica Moreno.
«No vino nadie», se lamenta Silvia. «Preparé nuggets de pollo y unos libritos de lomo, que me salen buenísimos, porque sé que a los periodistas les gusta comer como a nadie. Me sobró un montón de comida. Lo peor fue que alquilé un equipo de sonido y focos y todo, y tuve que pagarlo para nada. Mi hija incluso me preparó un dossier con el ordenador y fotos a alta resolución de muslos, bistecs de pobre… Porque a los periodistas hay que dárselo todo muy masticadito, eso lo sé yo, y así sólo tienen que copiar el texto y poca cosa más».
Aquel suceso no hundió a Silvia en la depresión. Al contrario, volvió a llamar insistentemente a los diarios con los que se había puesto en contacto, incluso pensó en quemar su casa o en inventar algo. «Pero yo no tengo inventiva, así que les llamaba diciendo que me iba a suicidar o cosas así. Luego me dijeron: ‘mire señora, si quiere salir en un diario ponga usted un anuncio’. Pero yo no quería un anuncio, yo quería una noticia de verdad, con su titular y con, al menos, dos declaraciones mías. Y si podía ser con alguna de mi marido también, para que la noticia tuviera dos puntos de vista y fuera plural y objetiva, periodismo del bueno, vamos».
Carlos Martín, de cuarenta años, carece del entusiasmo de su mujer pero respeta sus aficiones. «A mí todo esto me la trae un poco al pairo», dice cuando se le pregunta por cualquier asunto.