La infanta doña Leonor se reunió ayer con el presidente federal austríaco Heinz Fischer para acordar un tratado bilateral que impulsará las relaciones comerciales entre España y Austria, poniendo especial hincapié en el sector de los productos hortofrutículas. El pacto es, ante todo, una excusa para que la pequeña Leonor «empiece a tener conciencia de lo que implica tomar decisiones de alcance internacional, porque los niños crecen cada vez más rápido y ella no es precisamente una niña cualquiera» ha asegurado su padre, Felipe de Borbón.
El mandatario austríaco ha declarado que «es un placer hacer negocios con una niña tan adorable, ojalá siempre fuera así, como un juego amable». Doña Leonor, por su parte, ha afirmado que «el señor de Austria tiene una habitación muy grande pero me gusta más la mía porque está más cerca y me ha enseñado la nevera pero no tienen Winner Tacos de chocolate que son los que me gustan, los Winner Tacos, pero aquí hace frío y los Winner Tacos están fríos porque son helados y te pones resfriada y el señor de Austria no tiene Winner Tacos y por eso me gusta más mi habitacion y mi casa y España y los Winner Tacos».
Rosa Menéndez, psicóloga infantil, ha advertido a la Casa Real de que se ignoran en la actualidad las consecuencias que puede tener la política internacional en la mente de una criatura. «Sé que la intención es buena, pero hay un riesgo porque no deja de ser una niña en proceso de maduración emocional. No digo que la infanta doña Leonor no sea capaz de firmar un tratado, pero pido humildemente que no se olviden de que es una criatura y, como tal, debe aprender a aparcar las relaciones comerciales con países vecinos para jugar de vez en cuando a las Nintendos», apunta la especialista.
Joan Tardà, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, se ha mostrado «completamente alucinado. No me extraña que en España se permita que una niña de cuatro años decida el futuro de los ciudadanos, porque ya se lo dejamos hacer al Rey. Lo que realmente me sorprende, y no sé si para bien o para mal, es que en el momento de la negociacion parece que nadie la ha asesorado para que supiera lo que estaba firmando, cosa que sí hacen con su abuelo. El salto cualitativo es evidente, si podemos dejar de pagar a los asesores quizá me llega para comprarme un iPod el mes que viene».
