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«Daría mi vida por un túnel de lavado»

LOS ALMUERZOS DE EMT

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Desde que a los seis años descubrió los túneles de lavado, Federico Lancho es esclavo de una obsesión. Su amor por los cepillos, los chorros de agua y la cera abrillantadora es posesivo, inmune al qué dirán. «Todo lo malo se esfuma por el desagüe en un mar de caricias espumosas. Esta es la clave. Si entiendes eso, entonces me entiendes a mí». Quizá leyendo su primera novela autobiográfica, «Tunnel of Love», sea posible averiguar qué ve Lancho en los túneles de lavado. O puede que uno acabe convenciéndose de que necesita tratamiento urgente.

El almuerzo de esta semana es un almuerzo sin manteles, sin camareros y sin lujos. Un ágape a pie de carretera, literalmente. El entrevistado, Federico Lancho, ha querido celebrar el encuentro en una gasolinera de Agüimes (Las Palmas), situada en el kilómetro 24 de la autopista GC-1. «Tiene uno de los mejores túneles de lavado de la isla», asegura Lancho a modo de justificación. Un argumento absurdo para el común de los mortales pero no para él, que de común no tiene más que el aspecto. Lancho acaba de publicar «Tunnel of Love» (Alfaguara), una oda al túnel de lavado.

Federico Lancho.

«Recuerdo que tenía seis años cuando tuve mi primera experiencia en un túnel. Era estático, no como el de aquí, en el que el coche se mueve. Pero aún así, quedé prendado». Dice eso mientras acaricia con las manos húmedas uno de los plumeros del túnel de esa gasolinera Shell en la que nos encontramos, y me corrige: «no se llaman plumeros, son cepillos verticales. Este modelo tiene doce sensores de barrera óptica, cuatro de microinterruptor mecánico y seis motores de corriente continua, cosa que no es demasiado frecuente». Acerca el rostro a las cedras mojadas, se refriega en ellas como un gato en celo. La visión es un tanto turbadora, la gente mira recelosa, buscando una cámara de televisión y quizá también a un actor de comedia. Pero Lancho no bromea: lo suyo es una genuina obsesión. Una fijación que quizá requeriría tratamiento. Sin embargo, cuando le pregunto si ha consultado a algún especialista me ofrece un repaso de los mejores fabricantes de túneles de lavado, cita empresas y nombres, y concluye diciendo que el mejor especialista es él y que no le avergüenza afirmarlo. «Me refería a un especialista en psicología, no sé si ha considerado la posibilidad de que esa obsesión suya sea patológica», le aclaro con la mayor delicadeza posible. «¿Crees en la reencarnación?», me pregunta. Me muestro incapaz de afrontar el giro que ha tomado la conversación, de modo que él prosigue con su razonamiento: «la teoría de la reencarnación viene a decir que cuando mueres vuelves a empezar de cero y todo lo bueno y lo malo se olvida. Tú puedes entrar en un túnel de lavado con el coche hecho polvo, destrozado, mugriento. Y sales de él con ese mismo coche resplandeciente, pulcro. Todo lo malo se esfuma por el desagüe en un mar de caricias espumosas. Esta es la clave. Si entiendes eso, entonces me entiendes a mí. Lo que quiero es que lo captes, que lo sientas».

Nos metemos en su Nissan Micra con barro incrustado y polvo en los cristales. Lo ensucia adrede, obviamente, para gozar más de su restauración física y metafísica. Nos adentramos en el túnel y Federico gime sin darse cuenta. Pero sí percibe mi sonrojo. «No es nada sexual, en serio. Es algo místico. Una ducha de amor. A veces abro la ventanilla y dejo que el agua se vierta sobre mí. Pongo a Leonard Cohen a todo volumen y lloro como un niño. Eso lo cuento en el libro también». Efectivamente, «Tunnel of Love» contiene descripciones hilarantes de los encuentros místicos que experimenta su autor, que se mueve entre los arrebatos extáticos de Hildegarda de Bingen y la frialdad técnica de un manual de instrucciones. Esta combinación tan posmoderna es, probablemente, lo que justifica su fichaje por parte de la editorial Alfaguara, siempre en busca de nuevas perspectivas literarias. De todos modos, lo más seguro es que Federico Lancho no se separe del túnel de lavado en sus próximas novelas, en caso de que escriba más. Los rodillos, los cepillos y el olor de la cera abrillantadora son su vida. Justifican su existencia y la de su obra literaria. Y, sin duda alguna, podrían justificar también un tratamiento psiquiátrico.

Gasolinera Shell Agüimes

– Un sándwich de jamón y queso.
– Un sándwich de sobrasada.
– Dos Coca-Colas.
– Un Kit-Kat.

Total: 12€.

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